sentía el frío de la noche golpeándole la cara, los buenos momentos resbalaban por su cara siguiendo la misma ruta que las gotas de agua deslizándose por la gabardina. Había sido un día duro, y la noche aún más larga todavía, arrastraba los pies por la cuesta antes de buscar las llaves en el fondo del bolso, justo a tiempo de darse cuenta que algo se le había caído unos pasos atrás, una pulsera, un regalo estúpido que se había ensuciado al caer sobre un charco. De cómo vivir sin esperar nada a cambio, capítulo tercero
No hay comentarios:
Publicar un comentario