Por supuesto
que no, no soy una puta.
Los ojos llorosos a los que sabía que no podía resistirme, las medias por encima de la rodilla, los volantes de su ropa interior, los zapatos del tacón exacto, la medida exacta, mi prostituta modernista por fin se quitaba el disfraz, ya no necesitaba seducirme, se había cansado de mí. De cómo ser más allá de no ser nada, capítulo segundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario