miércoles, 12 de enero de 2011

Lo feo como categoría artística

Todas las artes son susceptibles de ser reflejo de la belleza, pero no se puede decir lo mismo de ellas cuando lo que se quiere representar es la fealdad; según Karl Rosenkrantz en Estética de lo Feo, la fealdad como tal no existe, sino que lo hace en tanto en cuanto se la pueda considerar negación de la belleza (y a la vez, como dice el propio Rosenkrantz, la fealdad puede ser utilizada como realce de la belleza, tal y como aparece en los cuadros de Dánae recibiendo la lluvia dorada , en los que a esta siempre le acompaña una señora vieja) 


Es por esto por lo que de las artes tradicionales, la arquitectura sea la que con más dificultades se preste a representarla más allá de lo que podríamos denominar como mal gusto u horterismo, en gran parte porque el elevado coste de las creaciones arquitectónicas limita su fealdad a una especie de abominación del buen gusto y la estética urbana.

En la película de Volker Schlöndorff, el Joven Torless, ambientada en la época de esplendor de los Habsburgo, dos estudiantes de un internado deciden maltratar a uno de sus compañeros porque robó dinero, Torless ve cómo sus amigos lo hacen, pero no les ayuda, tampoco ayuda al joven que es maltratado; cerca del final de la película, confiesa que no ha hecho nada porque quería presenciar hasta dónde es capaz de aguantar el ser humano, hasta dónde es capaz de aguantar el chico que está siendo humillado, hasta dónde son sus amigos capaces de llegar con él y hasta dónde es él mismo capaz de llegar contemplando las escenas, busca el límite del ser humano, el límite del dolor y de la crueldad mientras se encuentra encerrado. 

En Saló o los 120 días de Sodoma, de Pasolini, no hay límites, el límite está en el tiempo que el espectador esté dispuesto a aguantar la película. Blue Velvet de David Lynch es una pesadilla desagradable de la que nadie quiere ser partícipe. Al final de ambas, terminas odiando a todo el mundo. La curiosidad morbosa de Torless casi la comprendes, pero ¿dónde está el límite entre lo aceptable y lo repugnante, entre la empatía hacia el que sufre o la curiosidad por la capacidad de sufrimiento y el cambio de canal? La línea está tan poco definida que en numerosas ocasiones se ha superado con creces, y más teniendo en cuenta que al igual que en la Tragedia de Aristóteles, el sufrimiento de los demás tiene en cierto modo valores catárticos según nos alejamos de él y nos damos cuenta de que lo que contemplamos no es si no una representación que bien podría ser una película o un telediario, y de ambos, estamos saturados.

Tanto belleza como fealdad se asocian ya desde Grecia al reflejo de estas como cualidades internas del ser humano en el exterior, pero en muchísimas ocasiones desde entonces, se han subvertido los valores, ya que en el cine los personajes más bellos pueden ser malvados así como los feos serán bellísimas personas. En las Tentaciones de San Antonio Abad, bellas mujeres tientan al santo mientras que la imagen del diablo que las acompaña, es un ser espantoso y monstruoso, al igual que en el Tríptico de las Delicias, en el que en la parte del Infierno se cometen las peores atrocidades. El Ángel Caído de Bellver aún es bello, quizá porque está recién caído,  los vampiros son seres bellísimos o al menos la literatura los narra con un poder de atracción fuera de lo normal, capaces de llevar al abismo hasta al más bondadoso de los mortales, pero el culmen de la bella atrocidad quizá sea Dorian Gray, cuyo rostro permanece impertérrito, ni la mácula de las arrugas lo perturba, mientras la imagen de su retrato muestra toda la putrefacción de su propia alma. 

Teniendo en cuenta que no todo lo desagradable es vomitivo, el Arte  lo muestra de muy distintas maneras, es por eso que vamos a dar un paseo por algunos artistas y algunas obras del pasado que partiendo de parámetros un tanto extremos, bien sea por desagradables o por rozar algún límite, abrieron la puerta a personajes contemporáneos; el empleo del maquillaje de algunos de ellos ya los hemos visto en este blog, de otros nunca hemos hablado pero no es este el lugar para hacerlo. Sea como fuere, la cuestión es que artistas como Paul McCarthy, Cindy Sherman, Günter Bruss o Richard Billingham, no serían nada son sus antecedentes históricos. 
A nivel católico devocional, encontramos los exvotos, ofrendas que los fieles hacen en agradecimiento a un favor que Dios o un santo ha concedido a quien se lo pidió, una galería de, generalmente, miembros amputados tan siniestra como cotidiana, al modo de algunas obras de Gericault. De peor gusto, y esta vez de carácter artístico, son las representaciones trinitarias condenadas en Trento y prohibidas en 1628, que por estar muy de moda en Hispanoamérica siguieron haciéndose con posterioridad (gracias a esto, algunas imágenes se han conservado); aunque las prohibiciones se extendieron a cualquier representación del Misterio que incluyera la imagen de Padre, Hijo y Espíritu Santo como una misma persona con el mismo aspecto pero por triplicado, esto dio paso a una Trinidad tricéfala y a la peor de todas, una única persona con tres caras distintas. 

Cuando se trata de representar a Cristo y los santos mártires, después de Trento las representaciones se vuelven más sangrietas y cruentas, haciéndose popular el Ecce Homo, el Cristo varón de dolores y todas las imágenes relacionadas con la pasión o las nuevas devociones a los mártires ante y postrentinos, cuyos martirios gozaban plenamente del fervor popular, como Santa Ágata cuyos pechos le fueron arrancados por no querer casarse con Quintiliano, Santa Bárbara primero encerrada en una torre y después decapitada, Santa Catalina de Alejandría a quien intentaron torturar con ruedas tachonadas con dientes de hierro, San Erasmo y los numerosos martirios a los que fue sometido como la flagelación con varas de plomo o el desagarro de sus carnes con garfios de hierro (al igual que a Santa Eulalia), Santa Lucía con la espada que atravesó su garganta y tantos otros.

No fue hasta el siglo XXI cuando la complacencia en el dolor vivió su apogeo, con la Pasión de Mel Gibson, en la que el deleite por el sufrimiento remueve las conciencias de algunos que han tenido que salirse del cine. En el reverso tenebroso del lado cristológico no hay más que buscar Anticristo en Google para dar con que David Hasselhoff es el anticristo y hay quien lo puede demostrar, eso sí que es siniestro.

Publicado el 15 de abril de 2010 en:

Arteactualidad

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