sábado, 2 de octubre de 2010

Peones en la ciudad sitiada

EL ASEDIO

ARTURO PÉREZ-REVERTE
Con la regularidad con la que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) tiene acostumbrados a sus lectores (a excepción de su última novela hasta El asedio, Un día de colera, de 2007, ninguna se publica con una diferencia de más de dos años con respecto a su predecesora), el autor se embarca de nuevo en el género histórico para ofrecer un relato de la Cádiz sitiada de 1811, "España en miniatura con lo peor de sí misma" (p. 286).

El hilo conductor es la desesperada búsqueda del comisario Rogelio Tizón, de un asesino que tortura y mata a latigazos a mujeres jóvenes en los lugares de la ciudad en los que posteriormente caen bombas francesas; Tizón, desabrido, taciturno e incorrecto, aunque sagaz e intuitivo, arquetipo del investigador de novela policiaca, desafía violentamente las normas y el decoro que los vientos de cambio llevan a la casi constitucional Cádiz, en pos de encontrar a su culpable en un tablero de ajedrez en el que las piezas se mueven a su antojo por callejones oscuros y peligrosos.

El devenir de los acontecimientos le llevará a que vayan pasando por su vida los diferentes personajes del relato: la solterona Lolita Palma, heredera de Palma e Hijos, jefa y socia de Pepe Lobo, capitán de barco y corsario; el salinero y guerrillero Felipe Mojarra; Gregorio fumagal, solitario taxidermista aficionado a las palomas mensajeras, y el artillero francés, Simón Desfosseux, aficionado a los obuses y a calcular grandes distancias.

Las diferentes acciones de las que cada uno es protagonista se cruzan con soltura conforme avanza la narración; los personajes resultan coherentes con el tono general del relato, y aunque algunos acontecimientos carecen de interés en la historia, Pérez-Reverte entrelaza diestramente las vidas de los protagonistas haciendo que la historia fluya, pero -junto con la trama de las 20 últimas páginas, la única que engancha-, este es casi el único halago que se le puede hacer a El asedio. Escrita toda ella en tercera persona, excepto en la página 40 en la que un supuesto gaditano se dirige al lector, el narrador se excede en las descripciones y los términos propios del mundo marinero, militar y de la taxidermia; la secuencia temporal, algo más de un año, es prácticamente imposible de seguir y las referencias temporales son confusas y poco frecuentes, a pesar de la estructura lineal.

Siguiendo un defecto de las novelas del autor, el lenguaje, aunque acompañado de expresiones coloquiales, tiende a ser demasiado culto independientemente de quién habla, partera, tendero, francés o aristócrata, pero sin duda, donde mejor se aprecia esta incoherencia es en la conversación que Tizón mantiene en lengua francesa, en la que su interlocutor no habla español y el comisario se maneja en francés como puede, pero entiende a la perfección una disertación en lengua gala sobre probabilidades (p. 547 en adelante). Se acusan descripciones innecesarias en la descripción del estado en el que aparecen las víctimas y se abusa de conversaciones teóricas alrededor de D'Alambert, Descartes, Sófocles, Giovanni della Porta o Condorcet, probabilidades, vórtices y azar, que ralentizan la acción, no aportan gran cosa al argumento y hacen que la lectura de la novela sea cada vez más pesada.

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