
Y sólo porque no quería perderlo
guardé mi corazón en un tarro
de cristal,
donde no le hiciera daño el viento,
donde no le hiciera daño el agua,
donde no le hiciera daño el fuego.
Y sólo porque no quería romperlo
guardé el tarro en un cajón de madera,
donde no se partiera en añicos,
donde no terminara en el suelo,
donde no se quebrara en pedazos.
Y abandoné mi cuerpo al hielo más frío,
porque sin corazón mi mundo era gélido.
Y alejé sentimientos,
dejé de sentir las caricias,
dejé de temer el silencio,
dejé de añorar soñar
como si nunca lo hubiera hecho.
Pero no me importaba
porque mi corazón estaba intacto,
aunque nunca volviera a necesitarlo.
Y empecé a olvidar que lo había guardado,
olvidé que lo había usado,
olvidé que me había gustado,
olvidé que lo había olvidado.
Y pasaron los años sin penas,
y pasaron los años sin risas,
y pasaron los años sin vida.
Y descubrí unos ojos que brillaban,
descubrí que me miraban,
descubrí que me gustaba.
Pero me dijeron que sin corazón
no podían mirarme,
no podían verme,
no podían amarme.
Y decidí abrir mi cajón de madera
y sacar cuanto antes mi tarro de cristal
y volver a usar mi corazón,
aunque pudiera perderlo,
aunque lo dañara el viento,
aunque lo dañara el agua,
aunque lo dañara el fuego.
Pero descubrí que se había secado,
la soledad lo había matado,
se había sentido triste y había llorado,
había latido porque se había enamorado,
pero mi tarro lo había asfixiado.
Y los ojos que me miraban se cerraron,
y mi vida con ellos,
porque descubrí que yo también
me había secado,
que me había marchitado,
que todos me habían olvidado.
No hay Réquiem para un corazón
que está en un cajón.
No hay Réquiem tampoco
para quien lo guardó
de cristal,
donde no le hiciera daño el viento,
donde no le hiciera daño el agua,
donde no le hiciera daño el fuego.
Y sólo porque no quería romperlo
guardé el tarro en un cajón de madera,
donde no se partiera en añicos,
donde no terminara en el suelo,
donde no se quebrara en pedazos.
Y abandoné mi cuerpo al hielo más frío,
porque sin corazón mi mundo era gélido.
Y alejé sentimientos,
dejé de sentir las caricias,
dejé de temer el silencio,
dejé de añorar soñar
como si nunca lo hubiera hecho.
Pero no me importaba
porque mi corazón estaba intacto,
aunque nunca volviera a necesitarlo.
Y empecé a olvidar que lo había guardado,
olvidé que lo había usado,
olvidé que me había gustado,
olvidé que lo había olvidado.
Y pasaron los años sin penas,
y pasaron los años sin risas,
y pasaron los años sin vida.
Y descubrí unos ojos que brillaban,
descubrí que me miraban,
descubrí que me gustaba.
Pero me dijeron que sin corazón
no podían mirarme,
no podían verme,
no podían amarme.
Y decidí abrir mi cajón de madera
y sacar cuanto antes mi tarro de cristal
y volver a usar mi corazón,
aunque pudiera perderlo,
aunque lo dañara el viento,
aunque lo dañara el agua,
aunque lo dañara el fuego.
Pero descubrí que se había secado,
la soledad lo había matado,
se había sentido triste y había llorado,
había latido porque se había enamorado,
pero mi tarro lo había asfixiado.
Y los ojos que me miraban se cerraron,
y mi vida con ellos,
porque descubrí que yo también
me había secado,
que me había marchitado,
que todos me habían olvidado.
No hay Réquiem para un corazón
que está en un cajón.
No hay Réquiem tampoco
para quien lo guardó
(De cómo recordar cómo comenzó todo, capítulo segundo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario