domingo, 13 de julio de 2008

Hasta los ojitos los tienes morados de tanto sufrir

- Ya está todo recogido, el suelo limpio, la comida preparada, sólo tienes que calentarla; no te olvides de dejar el plato en agua, si no, no hay manera de lavarlo luego - mientras Carmen veía caer el agua de la regadera sobre las verdes hojas de uno de los horribles geranios que su marido había colocado en la ventana de la cocina meses antes, pensaba qué habría más allá de aquella corrala, de aquel barrio, de aquella vida.

- ¿No estarás aquí a la hora de comer? - inquirió Fermín en el tono despectivo en el que solía dirigirse a su mujer.

- No, Fermín, - odiaba tener que darle explicaciones - ahora iré a comprar y después de clase de bordados iré con mis compañeras a celebrar el fin de curso.

- ¿A celebrar el fin de curso? Carmen, por Dios, no me hagas reír; dejaste la escuela cuando tenías dieciséis años y ahora te comportas como una quinceañera, ¿ireis al parque a hacer botellón también? - una risotada escandalosa provocó que la boca de Fermín se abriera tanto que Carmen pudo ver más allá de su garganta la raíz del odio que aquel hombre le provocaba.

- No, Fermín, no haremos botellón. Cuando termine de plancharte estas camisas me voy, si tienes ropa sucia, métela en la lavadora, por favor - de nuevo, pensaba, plancharé tus camisas, quitaré las manchas de grasa de tu mono de trabajo, lavaré el resto de tu ropa, tus calcetines, tus calzoncillos, limpiaré las manchas de sangre que tu estúpido cuerpo inerte dejará sobre los azulejos veteados de la cocina.

- Ay mi Carmencita, la ropa sucia está en la habitación, ya la metes tú cuando vuelvas. Qué eficiente eres, quién quiere chacha cuando tiene una mujercita como tú...¡Qué cojones, y la chacha para follártela en la encimera de la cocina! - de nuevo aquella risotada mientras el rostro de Fermín se contraía, barba mal afeitada, sarro en todos y cada uno de sus dientes, le odiaba tanto.

- Mientras Carmen desenchufaba la plancha, imaginaba los miembros amputados de Fermín dentro de sus bolsas de basura perfumadas camino de Valdemingómez; esbozó una sonrisa casi imperceptible, pero el estúpido de Fermín no se hubiera dado cuenta aunque se hubiera partido de risa en su cara, como todas las mañanas leía con avidez el Marca del día anterior - Me marcho, que tengas buen día, nos vemos esta tarde - aguanta, Carmen, sólo es un momento, besarás sus labios cortados, manchadas sus comisuras aún por el café y podrás escapar, esta tarde no volverás, huirás lejos, muy lejos.

- No digas gilipolleces y ven a ponerme la comida a las dos y media.

- Bueno, Fermín, ya veremos - al abrir la puerta con el carro de la compra en la mano, Carmen lo vio claro: llevaba dinero suficiente para salir corriendo, había ahorrado lo que había podido desde que decidió marcharse, compraría las cosas que le hicieran falta por el camino y en Méndez Álvaro decidiría el destino que le esperaba. Cuando volvió a casa aquella tarde, Fermín aún dormía en el sofá roncando con toda su bocaza abierta; sobre la mesa, el hueso de un melocotón secándose en un plato mal lavado y junto a él, aquella hoja reluciente manchada por la fruta de la que ahora sólo quedaban los restos. - Vamos, Carmencita, ahora es tan fácil...

De cómo limpiaré las manchas de sangre que tu estúpido cuerpo inerte..., capítulo primero

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