martes, 22 de abril de 2008

Y la luna no nos oía porque quedaba demasiado lejos


El lugar ideal

podría ser aquel en el que a nadie le importa cuánto cuesta una obra de Arte, porque el Arte jamás debería tener precio; o podría ser aquel en el que Guille Milkyway te canta una canción al oído mientras sientes que lo demás no importa. Podría dejar de existir el mundo para ser tú solo el que lo levantara de la nada conforme a los planos que estaban escondidos en tu cabeza.

Podrías descalzarte y escuchar una canción de Placebo mientras el viento te golpea en la cara, el viento que anuncia tormenta, con los pies descalzos sobre aceras de cristal bajo las cuales sólo se vea el océano.

El lugar ideal debería existir en un momento recóndito de la mente y dejarse ver una vez cada cierto tiempo, escondido entre dos pastillas de regaliz y algo parecido a un time to pretend. De cómo bailar sobre los rosales, capítulo primero

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