martes, 28 de abril de 2009

Sentía que se condenaría por aquella sonrisa

Carezco

de vanidad tanto o más que de inteligencia, navego en fango, en el océano, en el universo, sumida en un vasto abismo de ojos tan profundos como los lugares a los que el hombre jamás llegó.

He padecido vidas suficientes como para no echar de menos ninguna, he sentido remordimientos cuando ni siquiera sabía que los tenía, me he dejado llevar y hoy no me arrepiento de nada.

Cuando tuve que llorar, lloré; cuando tuve que reír, reí; cuando tuve que matar también lo hice, sabiendo que me condenaría por aquella lágrima, por aquella sonrisa y jamás por el cuerpo que yacía entre mis brazos.

Suspiré dejando atrás el aliento, respiré cerca de vagabundos pestilentes sólo por sentir lo que ellos sentían, me alejé de todo cuanto pudiera ser amado, desperdicié todos los días de mi vida confiando en poder estar solo algún día.

Pasaron por mi cama mujeres desconocidas a las que no podía hacer daño, arrastrando con su cuerpo el olor de tantas otras que me habían amado casi tanto como odiado.

Dañé a los hombres que me amaron solamente porque podía hacerlo; me rompieron el corazón y algunas otras partes del cuerpo cuando se sintieron despreciados.

Dejé pasar el tiempo, la vida y el momento, y ahora sé que nunca tuve nada. De cómo descansar sobre las consecuencias, capítulo segundo

No hay comentarios: