Elogio de un mito o la historia de la decadencia:
Una vez partí hacia tierras no tan lejanas en busca de un sueño, enamorada de un mito, con la cabeza alta, esperando conseguir alcanzar mi gloria. Volví atormentada por la falta de voluntad, de determinación, regodeándome en un fracaso tan estrepitoso que hasta los latidos de mi corazón sonaban al ritmo de una marcha fúnebre.
De camino al Sur con un sólo pensamiento "¿y si fuera yo?". Nunca lo fui.
Un mito tan lejano, tan inalcanzable, reflejo del pesimismo que rodeaba una vida que nunca tenía nada que ofrecer, cegada por la belleza de una imagen que nunca contuvo nada dentro porque nunca tuvo ocasión de hacerlo. Infeliz, desencantada, desilusionada, hoy sé que la frase siempre será, mi vida es un fracaso, me siento vacía y quiero volar.
Incapaz siquiera de ordenar los pensamientos, era demasiado triste pensar en mí misma, verme desde fuera sin sentir lástima, quiero llorar y no puedo, quiero escapar y no puedo. Apartada en una pared olvidada de algún gran Museo soñaba con poder abrazar un cuerpo inabarcable por los cientos de kilómetros que me separaban de él, por los quince metros que me separaban de él. La gran decepción. Aquel aparato inservible que uno no se atreve a tirar porque le ha cogido demasiado cariño me persigue cada día; soy un artilugio inservible del que no me puedo desprender.
Siempre soñé ser alguien en la vida, llegar lejos y que todos pudieran estar orgullosos de mí, pero la historia de mi decadencia me recuerda que jamás fui nada, siempre tan lejos de alcanzar unas metas inalcanzables. Escritora frustrada, amante avergonzante, amada incomprendida, soñadora empedernida, una muñeca rota, espíritu lloroso que pudo ser tan grande y ahora es minúsculo.
Casi ni me veo cuando me miro al espejo, como casi ni me ven los demás cada vez que me miran, en un lugar que nunca quise que me correspondiera, a veces frente al escenario, nunca encima de él, jamás junto a él. Jamás me arrepentí de ser yo misma, simplemente de no poder cambiar y alargar los brazos hacia algo mucho mejor. Decadente y cambiante en un mundo que nunca gira cuando debe. De cómo pasar por la vida siendo sólo espectador, capítulo tercero
Una vez partí hacia tierras no tan lejanas en busca de un sueño, enamorada de un mito, con la cabeza alta, esperando conseguir alcanzar mi gloria. Volví atormentada por la falta de voluntad, de determinación, regodeándome en un fracaso tan estrepitoso que hasta los latidos de mi corazón sonaban al ritmo de una marcha fúnebre.
De camino al Sur con un sólo pensamiento "¿y si fuera yo?". Nunca lo fui.
Un mito tan lejano, tan inalcanzable, reflejo del pesimismo que rodeaba una vida que nunca tenía nada que ofrecer, cegada por la belleza de una imagen que nunca contuvo nada dentro porque nunca tuvo ocasión de hacerlo. Infeliz, desencantada, desilusionada, hoy sé que la frase siempre será, mi vida es un fracaso, me siento vacía y quiero volar.
Incapaz siquiera de ordenar los pensamientos, era demasiado triste pensar en mí misma, verme desde fuera sin sentir lástima, quiero llorar y no puedo, quiero escapar y no puedo. Apartada en una pared olvidada de algún gran Museo soñaba con poder abrazar un cuerpo inabarcable por los cientos de kilómetros que me separaban de él, por los quince metros que me separaban de él. La gran decepción. Aquel aparato inservible que uno no se atreve a tirar porque le ha cogido demasiado cariño me persigue cada día; soy un artilugio inservible del que no me puedo desprender.
Siempre soñé ser alguien en la vida, llegar lejos y que todos pudieran estar orgullosos de mí, pero la historia de mi decadencia me recuerda que jamás fui nada, siempre tan lejos de alcanzar unas metas inalcanzables. Escritora frustrada, amante avergonzante, amada incomprendida, soñadora empedernida, una muñeca rota, espíritu lloroso que pudo ser tan grande y ahora es minúsculo.
Casi ni me veo cuando me miro al espejo, como casi ni me ven los demás cada vez que me miran, en un lugar que nunca quise que me correspondiera, a veces frente al escenario, nunca encima de él, jamás junto a él. Jamás me arrepentí de ser yo misma, simplemente de no poder cambiar y alargar los brazos hacia algo mucho mejor. Decadente y cambiante en un mundo que nunca gira cuando debe. De cómo pasar por la vida siendo sólo espectador, capítulo tercero
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